Venezuela y Colombia: Historias Paralelas. Mario Sanoja

 Mario Sanoja Obediente. Dr. en Antropología U.C.V. 
Profesor de la FEVP

Las relaciones políticas entre los pueblos de América Latina están entrando hoy día en una fase crítica que podría preceder un gran cambio histórico en la región. El intento del gobierno de Estados Unidos de recolonizar los países latinoamericanos y volverlos al estado servil de colonias de un imperio donde aquellos conforman su “patio trasero”, busca consolidar las estructuras coloniales y antidemocráticas de países como Colombia cuya oligarquía gobernante desde 1830 se ha convertido en el gendarme neocolonial necesario para tratar de contrapesar y anular la fuerza política y social de  la nación venezolana. Las siete bases militares estadounidenses implantadas en territorio colombiano, son evidencia más que fehaciente del triste papel de vasallo del imperio que ha aceptado jugar la oligarquía colonial bogotana.
La incomprensión del presente, decía Max Bloch, “nace fatalmente de la ignorancia del pasado”  y sobre todo de la ausencia de capacidad crítica para interpretar el presente (1986: 30). Por las razones anteriores hemos decidido tratar de presentar un breve análisis histórico comparado de la vida de dos sociedades vecinas como la colombiana y la venezolana desde su formación como naciones a partir  del siglo XVI, fatalmente encadenadas por la geografía y la historia misma, con la finalidad de desvelar las claves que nos permitan entender la ya larga cadena de desencuentros y agresiones  por parte de la oligarquía bogotana contra el pueblo y la nación venezolana.  Esta situación ha sido exacerbada por el odio que han desarrollado, tanto la  antigua oligarquía  colonial  como la novedosa narco-oligarquía latifundista bogotana  hacia el proceso bolivariano y -en general  hacia los venezolanos- ya que no pueden aceptar que nuestra nación se proyecte hacia un futuro soberano, mientras que dichas oligarquías tratan desesperadamente de mantener al pueblo colombiano encerrado en el pasado histórico colonial.

La fundación de la Nueva Granada

Las discrepancias históricas entre Colombia y Venezuela comenzaron desde el mismo pasado prehispánico: el régimen colonial español se implantó en Colombia sobre sociedades originarias llamadas “de tipo Estado”, es decir, sociedades donde existía una fuerte subordinación de la gente del común a los linajes sociales dominantes. En  Venezuela, por el contrario  dominaban las sociedades igualitarias  en las cuales la unión política de las comunidades se basaba más en el consenso social que en la imposición forzada. Vemos así que Jiménez de Quesada fundó a Santa Fé de Bogotá el 16 de agosto de 1.538 sobre la planta de las antiguas aldeas muiscas de Bacatá, altiplanicie bogotana, lugar de habitación del zipa, gobernante  del cuasi Estado muisca, perteneciente a la cultura chibcha,  que devendría posteriormente la capital del Virreinato de la Nueva Granada.

A partir de entonces, las tierras descubiertas y conquistadas por Jiménez de Quesada pasaron a llamarse Provincias del Nuevo Reino de Granada. Para construir la estructura social del nuevo reino, los colonizadores españoles se basaron en el tipo de relaciones desiguales de dominación y explotación señor-siervos que ya existían en la sociedad originaria  cuasi estatal muisca, reminiscentes de la que habían existido en las lejanas sociedades medievales europeas, para montar  sobre ellas la estructura sociopolítica de su poder colonial. La misma serviría de apoyo a una oligarquía colonial bogotana que subordinaría el conjunto de colectividades aborígenes, de esclavizados/as africanos y de mestizos/as que formarían posteriormente el pueblo colombiano,  despojadas de la propiedad de la tierra y sus recursos, convertidas en trabajadores/as de las haciendas y de las minas, en servidores/as doméstico/as y en siervos de las redes de encomiendas.  Tal estructura de poder ha persistido hasta  hoy día encarnada en la actual oligarquía  colonial bogotana y en la narco-oligarquía latifundista que gobiernan ambas con mano de hierro al pueblo colombiano.

Como asienta el historiador colombiano Liévano Aguirre, ya en 1810, la política de los movimientos independentistas de la Nueva Granada estaba orientada a favorecer a la oligarquía bogotana. De esta manera, se dieron los pasos para sustituir la metrópolis colonial española por una nueva oligarquía constituida en una nueva metrópolis, Santa Fé de Bogotá, que devendría “...el centro de poder de una colonia interior -donde las mayorías están privadas de todos los medios de expresión- con un sistema electoral ad hoc  que entrega todo el control estatal al patriciado criollo...” (Aguirre, sf vol lll, 249).

Posteriormente a 1810, esa oligarquía colonial bogotana tendría como mascarón de proa la figura del general Francisco de Paula Santander, principal actor del odio político hacia el proyecto democrático de Bolívar, la Gran Colombia, cuyo colapso en 1830 unido a la muerte de El Libertador Simón Bolívar,  permitió a los oligarcas bogotanos conservar el régimen semifeudal de propiedad de la tierra así como también el poder absoluto del cual gozaba la minoría   privilegiada.

A partir de aquel momento, comenzaron a germinar y florecer en Colombia las semillas de la rivalidad política entre la elite de caudillos liberales y conservadores, expresada en sangrientas contiendas civiles que asolaron a ese país entre 1.840 y 1.903. En 1.849, el General José Hilario López, liberal, introdujo un programa de reformas sociales destinadas, entre otras, a abolir la esclavitud y la propiedad comunal de la tierra que detentaban todavía los resguardos indígenas, a favor de una forma de propiedad individual de las tierras indígenas. Lejos de contribuir a una mayor justicia social, estas reformas desposeyeron a los campesinos de sus tierras, aumentaron el grado de explotación de las y los pobres por los ricos y propiciaron una redistribución y concentración  de la propiedad agraria que favorecía y  daba más poder a la todopoderosa oligarquía latifundista que ya era dueña de Colombia ( Sanoja y Vargas-Arenas 2012: 27-54).

Los conflictos  entre los caudillos de las élites políticas  y sociales colombianas se agravaron, culminando entre 1.899 y 1.903 con la Guerra de los Mil Días que produjo entre 60.000 y 130.000 muertos. La tragedia de la guerra civil fue coronada con la pérdida de Panamá a manos de Estados Unidos.

Una nueva era de reformas liberales entre 1.930 y 1.946, con la oposición de la clase terrateniente, legalizó el derecho a la tierra para los campesinos desposeídos, creándose el Instituto de la Reforma Agraria. La hegemonía liberal continuó hasta 1.946 cuando el partido se dividió en dos candidaturas: Gabriel Turbay  y Jorge Eliécer Gaitán, triunfando el candidato conservador Mariano Ospina Pérez. Sin embargo, los conservadores estimularon la represión política contra los liberales y así en 1.948 es asesinado Jorge Eliécer Gaitán en las calles de Bogotá, líder del ala izquierda del liberalismo, iniciándose una nueva era de violencia que se intensificó bajo el régimen conservador de Laureano Gómez, quien trató de borrar al liberalismo para instaurar un gobierno de corte fascista. Sus excesos motivaron el Golpe de Estado dado por el General Rojas Pinilla, un líder populista que no pudo cumplir su promesa de corregir los excesos de la oligarquía colombiana.  Derrocado Rojas a su vez, se instauró en 1.957 un Gobierno de Frente Nacional  apoyado por conservadores y liberales, cuya gran contribución fue, al igual que nuestro famoso Pacto de Punto Fijo, propiciar una alternancia equitativa de ambos partidos en el poder.

A partir de aquel momento, nuevos actores sociales entran en la escena política colombiana. Los campesinos desposeídos, que ya se habían organizado en guerrillas de estructura muy elemental, se transformaron en un ejército moderno, las FARC, con cuadros políticos animados por ideas nacionalistas y marxistas que, hasta 2017, llegaron a controlar buena parte del territorio colombiano.

La oligarquía desarrolló un nuevo negocio, el narcotráfico, muchas de cuyas  ganancias son lavadas vía la inversión agropecuaria e inmobiliaria, propiciando la creación de una acumulación de capitales  de respetable valor. Para defender su narco riqueza de la amenaza guerrillera, crearon los cuerpos paramilitares. Para proteger el estatus de su poder y su riqueza, garantizando su control sobre el Estado colombiano, crearon la narco política. Para garantizar la perpetuidad de su dominio, la narco política colombiana se alió con el gobierno de Estados Unidos. De esa unión grotesca, nacieron el Plan Colombia y el Plan Patriota (Pérez Pirela, Ed. 2012).

 En el medio de los actores políticos enfrentados en una lucha feroz y sin cuartel, está la mayoría del pueblo colombiano: campesinos desplazados, empobrecidos, desposeídos, dirigentes campesinos, obreros, intelectuales, políticos progresistas asesinados por el sicariato de la oligarquía, o empujados al exilio  como los seis millones de colombianos y colombianas que buscaron y obtuvieron  una nueva vida en Venezuela desde mediados-finales del siglo XX hasta el presente.

La historia de Venezuela

La Capitanía General de Venezuela

A diferencia de las colombianas, la mayoría de las sociedades originarias venezolanas eran de carácter igualitario. Solo en el noroeste del país existieron sociedades jerárquicas y cacicazgos aunque no llegaron a constituir Estados. Por esta razón, a los invasores españoles les fue muy difícil someter a las poblaciones originarias venezolanas y tuvieron que inventar nuevas estructuras de poder territorial colonial (Vargas Arenas 1990: 301).

Todavía hacia finales del siglo XVIII muchas etnias caribes del oriente de Venezuela no habían podido ser sometidas al poder colonial y conservaban un estatus autónomo, al igual que los wayúu en el noroeste de Venezuela; en muchos,  casos las poblaciones indígenas formaron alianzas con poblaciones negras  que habían logrado escapar del régimen esclavista de las plantaciones para fundar cumbes, comunidades independientes donde convivían negros e indios en libertad. Ya desde el siglo XVIII, una parte importante de la población venezolana tenía un modo de vida antagónico al de la oligarquía colonial, hecho que tendría un impacto decisivo en los movimientos de rebelión social que se organizaron en el siglo XIX y culminan con la Revolución Bolivariana del siglo XXI.

La fundación de Caracas

A diferencia de Bogotá, Caracas, capital de la Provincia del mismo nombre, fue fundada en 1.567 sobre una de  las tantas aldeas indígenas caribe de los  toromaimas,  localizadas en el valle y montañas caraqueñas,  comunicado con la región litoral, región densamente poblada por los grupos de etnias de la nación caribe, pueblos igualitarios de origen amazónico que llegaron a conquistar el territorio centro oriental de Venezuela, la Guayana venezolana, la actual Guyana y Demerara hasta la bocas del Amazonas y el Caribe oriental (Sanoja Obediente y Vargas Arenas 2002: 76-81).



La colonización del territorio venezolano por los españoles determinó, al igual que en Colombia, la confiscación de la propiedad territorial de los pueblos originarios y el sometimiento de los mismos a un régimen de esclavitud y servilismo vía el sistema de encomiendas y repartimientos. A partir del siglo XVII, se consolidó en Venezuela el sistema de plantaciones y haciendas controlado en buena parte por la oligarquía colonial caraqueña dedicadas a la producción agro exportadora, sistema que utilizaba principalmente el trabajo de los esclavizados/as negros/as  secuestrados/as en África  por los traficantes ingleses, franceses y holandeses. Las consecuencias sociopolíticas de dicho sistema, particularmente la exclusión social, siguieron influyendo todavía en la moderna sociedad venezolana hasta inicios de la  Revolución Bolivariana.

El intenso proceso de mestizaje que caracteriza la formación del pueblo venezolano se tradujo en una población mayoritaria de mestizos de indios,  negros y blancos pobres,  que controlaba buena parte de los procesos de cambio y consumo de bienes para la subsistencia cotidiana: pulperos, bodegueros, vendedores/as ambulantes, etc. que constituían una forma clasista popular, alternativa a la oligarquía colonial de la cual, a diferencia de Colombia, germinaría buena parte de las rebeliones sociales del  siglo XIX.

Aquel pueblo mestizo venezolano, convertido en ejército liderado por El Libertador Simón Bolívar, luego del Congreso de Angostura atravesó en 1819 las serranías andinas que separaban las provincias de Casanare y Tunja  para derrotar al ejército español en las batallas de Paya, Pantano de Vargas y Puente de Boyacá, las cuales sellaron la independencia de la Nueva Granada y engendraron la fuerza política que habría de culminar en 1821 con la creación del sueño bolivariano: la Gran Colombia.

Una vez creada la Gran Colombia, el general Francisco de Paula Santander adquirió una figuración preponderante en la oligarquía bogotana como  principal actor del odio político hacia el proyecto democrático de Bolívar y  autor intelectual del complot del 27 de septiembre de 1827 para asesinar a Bolívar. La muerte de Bolívar en 1830 y el colapso de la Gran Colombia permitieron a aquella oligarquía conservar el régimen semifeudal de propiedad de la tierra así como también el poder detentado por la minoría privilegiada bogotana.



Después de la muerte de El  Libertador Simón Bolívar en 1830, la ambición de poder colombiana estimuló las tendencias separatistas que ya existían en Venezuela y Ecuador que habrían de sellar la disolución de la Gran Colombia. Según Baralt, ya en 1821, cuando el Congreso de Cúcuta promulgó la Ley Fundamental de aquella república, dicha constitución ni fue recibida en Venezuela incondicionalmente ni con  grandes muestras de alegría, ya que fracturaba la soberanía  del país que quedaba dividido en departamentos, privados de leyes propias,   colocando el centro del gobierno en la distante Bogotá (en Mijares 1962: 71).

En Venezuela, a diferencia de Colombia, la Guerra de Independencia, sangrienta y destructiva, desarraigó la sociedad clasista colonial. La gesta emancipadora  fue vista inicialmente por las y los indios, las y los pardos, las y los esclavizados negros y sus descendientes como una empresa de los amos mantuanos criollos venezolanos que se rebelaban contra España y los españoles peninsulares para fundar su propia república, un nuevo Estado  criollo que representase sus intereses de clase. Por esta razón, dice Juan Úslar (2010: 1-6), en Venezuela la Guerra de Independencia iniciada por los patriotas caraqueños  se peleó inicialmente contra revolucionarios sociales “….que no tenían nada que ver con el rey de España ni el realismo”. Las personas esclavizadas, asienta Acosta Saignes (1986; 36), razonaban con sencillez según los esquemas de su conciencia social: “… ¿Cómo pelear por quienes habían sido sus explotadores inmediatos? ¿Era posible defender a los señores componentes de los Cabildos, si ellos los habían enviado mil veces al látigo, el cepo o al hambre…?”

Los mestizos, zambos, negros e indios que seguían a sus jefes mantuanos se enfrentaban  a sus iguales que seguían a  José Tomás Boves. En ambos casos, marchando por caminos enfrentados, dice Úslar, el Bravo Pueblo combatía fundamentalmente por alcanzar  la libertad social que le habían confiscado los criollos blancos (Sanoja y Vargas-Arenas 2018).

En Venezuela, contrariamente a lo ocurrido en Colombia, con la Guerra de Independencia se quebró la estructura territorial de la población venezolana. Ello se tradujo en un decaimiento de la producción agropecuaria y en una ola de penuria y de miseria generalizada que afectó al pueblo venezolano, combinada con una pésima administración de la hacienda pública por parte del Estado grancolombiano y los efectos  negativos de la primera crisis mundial de sobreproducción que afectó a la economía venezolana  entre 1820 y 1830. Dicha crisis estimuló el sentimiento nacionalista de las elites republicanas venezolanas que habían combatido al imperio español para lograr un Estado nacional soberano.

Debemos recordar que fue a partir de la Revolución Francesa cuando comenzó a utilizarse el concepto de nación, referido a un cuerpo democrático de individuos unidos por la posesión de derechos comunes y con una organización del poder político basado en el consenso (Vargas-Arenas y Sanoja 2006: 4). La oligarquía republicana venezolana liderada por José Antonio Páez, como demuestran los hechos, se sentía parte de una nación venezolana diferente a la que representaban Santander y la oligarquía colonial bogotana, por  lo cual Páez decidió tomar la riendas del poder en Venezuela y enfrentar la crisis económica en la que estaba sometida y que aquéllos no habían  sabido o no habían querido enfrentar. Aunque estos hechos han sido calificados en la historiografía venezolana como una traición al sueño  libertario de El Libertador Simón Bolívar,  se trató en realidad del reconocimiento de que la Gran Colombia no podía amalgamar sociedades nacionales históricamente tan diferentes como la colombiana y la venezolana, con clases que poseían intereses nacionales tan disímiles. Como diría el mismo Libertador Simón Bolívar en su utopía nacional presentada a los bolivianos en 1826: “ Esta es la verdad. La digo para que no hagamos castillos en el aire, aunque en esto nadie será mejor arquitecto que yo…”(Acosta Saignes 1983: 278).

A partir de 1830, vuelta a ser nuevamente un Estado soberano, la situación (macro) económica de Venezuela comenzó a prosperar y los productos agropecuarios comenzaron a encontrar un mercado estable y precios favorables (Brito Figueroa 1993-I: 225).

Con la sangrienta y prolongada Guerra de Independencia desapareció buena parte de la oligarquía colonial que era dueña de la propiedad territorial agraria en Venezuela, la cual pasó a manos de una nueva oligarquía republicana donde figuraban de manera prominente los antiguos generales de la independencia, burócratas y comerciantes especuladores. Posteriormente, a partir de 1.840 comenzó un período de contiendas civiles alimentadas por la confiscación del derecho de los campesinos a la propiedad de la tierra, lo que generó en 1850 la insurrección campesina liderada por Ezequiel Zamora, General de Hombres Libres, surgido de aquella incipiente clase popular de intelectuales y militares de avanzada, pulperos, bodegueros, pequeños comerciantes, vendedores/as ambulantes,  peones campesinos, artesanos, etc. que, llegado el siglo XXI bajo la égida del comandante Hugo Chávez, habría de tomar el poder revolucionario como sociedad cívico-militar.

Existe a partir del siglo XVIII un eje histórico que nos lleva desde las luchas y la rebeliones de indios, negros y pardos, hacia Miranda, Bolívar,  Zamora y  Chávez, lo que nos permite aprehender que la continuidad de la obra iniciada por aquellos  grandes constructores del  proceso de liberación nacional  no es casual ni producto de un azar histórico. Diríamos, sin caer en determinismos extremos, que el Bravo Pueblo Venezolano parece tener una vocación para promover  cambios históricos y para producir los líderes que, en los momentos decisivos, saben encontrar las vías para hacerlos concretos (Sanoja y Vargas-Arenas 2018).

A diferencia de lo que acontece  en Colombia,  las y los venezolanos sí hemos logrado trascender la situación de neocolonia imperial que sigue atenazando al pueblo colombiano; la coyuntura actual que se vive en Venezuela representa  una fase de ese largo proceso de cambio histórico y cultural que tiene como meta la transformación de la sociedad venezolana en una nación socialista   “...para llevar esa lucha a una victoria que conquiste, al fin, la independencia, la emancipación, la justicia social, la soberanía y la gran unidad de los pueblos de nuestro continente; la patria grande con la que soñaron, por la cual lucharon y por lo que murieron nuestros grandes próceres...” (Acosta 2010: 236), y diríamos nosotros, también murieron centenares de miles hombres y mujeres de nuestro Bravo Pueblo.

La naturaleza heroica de esta gesta libertaria del Bravo Pueblo Venezolano, es la que genera todavía sentimientos encontrados de admiración y de odio en la oligarquía colombiana que se expresa en las repetidas agresiones que desde 1830 hasta el presente ella ha cometido y sigue cometiendo contra el pueblo venezolano.

Agresiones contra el pueblo venezolano en el siglo XX

La primera década del siglo XX marcó un deslinde de los procesos históricos de Colombia y Venezuela. Mientras en la primera, la crisis social continuaba dominada por el problema agrario, en Venezuela el inicio de la explotación petrolera disparó el proceso social venezolano hacia dos polos contradictorios: la sumisión de la oligarquía republicana al imperio transnacional  estadounidense y anglo-holandés, por una parte, y por la otra la rebeldía antiimperialista de los movimientos sociopolíticos progresistas.  Porr ptra  parte, avivó la envidia de la oligarquía bogotana por la nueva riqueza  descubierta en Venezuela-

Cuando parecía que Venezuela comenzaba a escapar de las garras de la oligarquía bogotana, ésta hizo todo lo posible por impedir que ese alejamiento se concretara, manteniendo sus tradicionales apetencias territoriales sobre la cuenca del lago de Maracaibo y la apertura del norte de Colombia hacia el Caribe y el Atlántico. Es dentro de este marco político de referencia como se puede entender la presión política militar colombiana hacia Venezuela; dicha política  comenzó en 1833 con las reclamaciones sobre nuestro territorio, el cual venía siendo reducido por la avidez de la oligarquía bogotana  y la debilidad de nuestros políticos, que se manifiesta en el tratado de límites Pombo-Michelena.

Aquel proceso de despojo territorial  culminó con el Tratado de Límites de 1.941, redactado y firmado e impuesto bajo coacción militar a Venezuela por Eduardo Santos, entonces Presidente de Colombia y aprobado por el Congreso Nacional a proposición del  Poder Ejecutivo presidido por el General Eleazar López Contreras. Mediante dicho tratado la oligarquía bogotana confiscó una importante porción territorial de nuestra península de La Guajira e  intentó posteriormente en 1987 confiscar el islote de Los Monjes promoviendo la provocación de la corbeta Caldas; de la misma manera se produjeron posteriormente incursiones paramilitares en la frontera y en Caracas misma. Muestra de estas provocaciones fue  la implantación en 2004 de un batallón de paramilitares colombianos en  la finca Daktari -cuyo objetivo era el asesinato del presidente Chávez- y -posteriormente- el  escandaloso secuestro del representante internacional de las FARC por agentes de la seguridad colombiana en territorio venezolano.

Las agresiones en el siglo XXI

En siglo XXI, con la llegada de la Revolución Bolivariana, se comenzó a combatir en Venezuela la pobreza; ésta había llegado a ser estructural en la vida del pueblo venezolano  durante los gobiernos necoloniales de la IV República, actuando como un freno a la realización social de los millones de excluidos/as del disfrute de los bienes más elementales de la vida: la salud, la educación y la vivienda. La lucha centenaria del pueblo por su emancipación explotó como una erupción volcánica el 27 de febrero de 1989. Las ondas sísmicas que envió dicho movimiento de rebeldía activaron la insurgencia militar bolivariana del 4 de febrero  y la del 27 de noviembre de 1992, semilla que cayó en el suelo abonado por la insurgencia popular armada que marcó la vida política e ideológica venezolana durante las décadas de los años sesenta y setenta  del pasado siglo.

Hoy, luego de 18 años del inicio de la Revolución Cívico Militar, triunfante por voluntad popular en 1998,  ratificada en 25 consultas  electorales libres y soberanas, vemos que la mayoría del pueblo venezolano ha asumido como suya la construcción del Poder Popular y la posibilidad de poder diseñar y poner en práctica un Estado Comunal Popular que desmantele las estructuras y privilegios  del  viejo Estado Liberal Burgués, ideas que formaban parte  del núcleo duro de la Revolución Zamorana.

Por tales razones, en estas primeras décadas del siglo XXI las agresiones de la oligarquía colombiana para derrocar la Revolución Bolivariana se han tornado más sádicas y crueles para evitar que nuestra Revolución sirva de ejemplo al oprimido pueblo colombiano. Hoy día sufrimos los ataques a nuestra moneda y contra nuestra economía originados en el  “dólar cucuteño”, en el robo  del efectivo de nuestro cono monetario, en el contrabando de extracción de gasolina, alimentos y artículos de primera necesidad, en los ataques de tropas paramilitares colombianas que se han infiltrado en todas las barriadas de Venezuela, y  en el sabotaje al sistema eléctrico venezolano cometido por mafias delictivas asi como mafias  de comerciantes informales conocidos como “bachaqueros”, teledirigidas desde Colombia.

En la actualidad, el contrabando de extracción de la gasolina venezolana hacia Colombia se sitúa en alrededor de 50.000 y 100.000 barriles diarios, lo cual le ocasiona a Venezuela  una pérdida de 18.000 millones de dólares anuales. La ganancia que perciben las mafias colombianas es tan grande, que el negocio del contrabando de gasolina se ha tornado más lucrativo que el narcotráfico. Todo lo anterior, combinado con el  bloqueo económico que nos han impuesto los Estados Unidos, así como la traición a la patria de los dirigentes de la derecha venezolana radicados en Bogotá y en Madrid, particularmente los felones Julio Borges y Antonio Ledezma, representa un enorme daño a la economía venezolana que debe ser reparado y corregido con toda la fuerza necesaria.

3.5 ¿Integración o vidas paralelas?


Venezuela , es una pieza clave para el mantenimiento de la hegemonía estadounidense en Sur América, el Caribe y el mundo. Mientras nos gobernaron los partidos políticos de la IV República,  genuflexos y serviles ante el imperio, la clase político-empresarial corrupta de Acción Democrática y COPEI, Venezuela era considerada como un modelo democrático para el mundo.

Cuando el gobierno democrático revolucionario del Presidente Chávez y ahora el del Presidente Maduro  electos, reelectos y reconfirmados por numerosas elecciones populares, apoyados por muchos pueblos y gobiernos del  mundo, inicia una política nacionalista que pone los recursos del Estado al servicio del bienestar ciudadano, se le descalifica como terrorista e integrante del llamado “Eje del Mal”.

  El Presidente Chávez le  tendió en su oportunidad una mano sincera al Presidente Uribe, invitándole a asociarse a una agenda de importantes proyectos socioeconómicos binacionales, pero  recibió en cambio afrentas terribles contra la soberanía de la nación venezolana emulando las sufridas por Bolívar de parte de Santander y la oligarquía bogotana. Por el contrario, un régimen controlado por la narco oligarquía y la narco política como es el colombiano actual, autor de graves violaciones a los derechos humanos de sus ciudadanos/as, es considerado por el gobierno de Estados Unidos y los gobiernos de la Unión Europea como un aliado militar privilegiado al nivel de Israel y ahora de la OTAN, destinatario de la segunda mayor cantidad de ayuda militar y económica que concede aquel país a uno de sus aliados.

El presidente Maduro ha propiciado en diversas instancias, sin resultados, una política de diálogo tanto con el gobierno de Estados Unidos, como con la oligarquía colombiana a través de sus sirvientes de la derecha venezolana.

 La respuesta a aquella política de diálogo ha sido el intento de magnicidio frustrado contra el presidente Nicolás Maduro y todos los miembros del alto gobierno venezolano el 4 de Agosto de 2018, fraguado en Bogotá por el Presidente Juan Manuel Santos y la mafia de traidores a la patria encabezados por Julio Borges. El objetivo central de dicho atentado era descabezar la Revolución Bolivariana y detener el proyecto de reformas económicas anunciado por el Presidente Maduro que comenzó el 20 de Agosto pasado. Dicho proyecto busca beneficiar la economía venezolana, lo que afectará la economía colombiana, parasitaria y muy dependiente de la venezolana.

La economía productiva colombiana se ha empobrecido como consecuencia de la firma del tratado de libre comercio con Estados Unidos. La deuda pública colombiana es  actualmente una de las más altas de América Latina; al mismo tiempo Colombia es uno de los países más desiguales en cuanto a la distribución del ingreso y particularmente en la acumulación de tierra agrícola en manos de los latifundios y las empresas transnacionales, todo lo cual  causa un alto nivel de pobreza en la población. En estas condiciones, el control del contrabando de extracción de la gasolina venezolana podría crear una inflación severa en el precio de los bienes y servicios, particularmente si observamos que las reservas petroleras de Colombia podrían agotarse en el plazo de pocos años. No podríamos olvidar a este respecto, que nuestra gasolina es fundamental para el procesamiento de la cocaína que exportan los narcos colombianos hacia los Estados Unidos.

El cese del contrabando  de gasolina venezolana hacia Colombia, la cual ese país  ha exportado como si fuera propia a precios internacionales, disminuiría el volumen de la renta que recibe la oligarquía colombiana; no podemos olvidar, por nuestras propia seguridad, que aquella oligarquía  considera que está en su derecho al apropiarse dicha gasolina y de toda la riqueza que pertenece al pueblo venezolano.

¿Por qué es tan importante para el gobierno de Estados Unidos mantener en Colombia un régimen opresivo dominado por la narco oligarquía y la narco política?  Colombia es un enorme territorio poseedor de una importante biodiversidad y de grandes recursos acuáticos,  ambos objetivos imperiales del siglo XXI. Tiene además fronteras estratégicas con Panamá, Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela, acceso a dos importantes cuencas hidrográficas como el Amazonas y el Orinoco y a dos océanos, el Pacífico y el Atlántico. En Colombia, como se dijo, existe un narco Estado por lo que la gasolina es fundamental para el procesamiento de la cocaína lo que constituye, en las actuales condiciones,  una pistola apuntada al corazón petrolero de Venezuela.

Los pueblos de la región, sin embargo, van tomando conciencia del dilema: integrarse como naciones soberanas o convertirse, de una vez y para siempre, en colonias de un  imperio que ha entrado ya en la decadencia. Por ello, con el apoyo de las oligarquías colombianas, los Estados Unidos pretenden borrar de un manotazo la Revolución Bolivariana e intimidar militarmente al resto de los países suramericanos. Pero las circunstancias históricas actuales que reflejan la existencia de una comunidad de pueblos suramericanos, que no de gobiernos, cada vez más alertas y conscientes de su destino, no favorecen esos perversos designios.





¿Una opción para la paz y la integración?


 Desde su óptica reaccionaria, los gobiernos de Trump y de Uribe-Duque consideran que no tienen otra alternativa sino destruir la Revolución Bolivariana para evitar que se consolide la posición de Venezuela en el sistema mundial al lado de China, Rusia, La India, Irán y Turquía e  impedir -igualmente- que Cuba y Venezuela logren estabilizar un sistema de integración solidaria que consolide la democracia y la soberanía en el Caribe Oriental. Dicho proceso debilitaría el poder de la camarilla de políticos cubano-americanos que mantienen confiscada la política latinoamericana del gobierno de Estados Unidos,  orientándola hacia una escalada de conflictos con cualquier país que intente escaparse de su cerril  ortodoxia.

  

Colombia y Venezuela, compartieron durante el efímero tiempo que duró  la Gran Colombia una historia parcialmente común. La Revolución Bolivariana no puede seguir considerando ingenuamente a la narco oligarquía colombiana como el gobierno de un país hermano sino, como un gobierno agresor que desde 1830 hasta el presente solo ha perseguido la misión que le ha encomendad el imperio: destruirnos como nación y como pueblo para apoderarse de nuestras riquezas.



RECOMENDACIONES: Reestudiar en profundidad las causas económicas, políticas, culturales  y sociales   que subyacen el rompimiento de la Gran Colombia,  la ulterior conducta agresiva de la oligarquía bogotana y la narco oligarquía terrateniente colombiana hacia Venezuela, para informar correctamente al pueblo venezolano en particular y a la comunidad internacional en general.


Bibliografia citada y recomendada

Acosta Saignes, Miguel  1983. Bolívar: acción y utopía del hombre de las dificultades. Ediciones de la Biblioteca Universidad Central de  Venezuela. Colección Historia XIII. Caracas.

Acosta, Vladimir. 2010. Independencia y Emancipación. Elites y Pueblos en los procesos independentistas hispanoamericanos. Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. Caracas.

Aguirre, Liévano. S/f. Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestros tiempos. 4 vols. Ediciones Nueva Prensa, Bogotá.

Bloch, Marc. 1986. Apología de la Historia o el Oficio del Historiador. Fondo Editorial Lola de Fuenmayor. Fondo Editorial Buría. Caracas-Barquisimeto.

Brito Figueroa, Federico. 1993. Historia Económica y Social de Venezuela.  Tomo 1. Ediciones de la Biblioteca. Universidad Central de Venezuela. Caracas.

Correo del Orinoco. 2011. Antología. Simón Bolivar.

Colección Tilde. Ediciones Correo del Orinoco. Caracas.

Mijares, Augusto. La Evolución Política (1810-1960) En: Venezuela Independiente: 1810-1960). Fundación Eugenio Mendoza. Sesquicentenario de la Independencia de Venezuela. Editorial Sucre. Caracas.

Pividal, Francisco. 2006. Bolívar. Pensamiento precusor del antiimperialismo. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas.

Princep, J. 1975. Diario de un viaje de Santo Tomé de Angostura a las misiones capuchinas del Caroní. Ediciones de la Presidencia de la Republica. Colección Viajeros y Legionarios. Caracas.

Sanoja Obediente, Mario e Iraida Vargas. 2005. Las Edades de Guayana, Arqueología de una Quimera: Santo Tomé y las misiones capuchimas catalanas, 1595.1817. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas Estudios. Serie Historia.

Sanoja Obediente, Mario e Iraida Vargas. 2012.  Paz para el Pueblo Colombiano. En: La Cuestión Colombo-Venezolana: 33-53. Ed. Miguel Ángel Pérez Pirela. Fondo Editorial IPASME, col. Pensamiento Crítico. Caracas.

Sanoja Obediente, Mario e Iraida Vargas-Arenas.2018. La Fragua del Bravo Pueblo. Alcaldía de Caracas- Centro Nacional de Historia. Fondo Editorial Fundarte. Caracas.

Uslar Pietri, Juan. 2010. Historia de la rebelión popular de 1814. Serie Bicentenaria. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas.

Vargas, Iraida. 1990. Arqueología, Ciencia y Sociedad. Estudio sobre la sociedad tribal en Venezuela. Editorial Abre Brecha, Caracas

Vargas, Iraida y Mario Sanoja. 2006. Historia, Identidad y Poder. Editorial Galac. Segunda Edición. Caracas,







Comentarios

  1. Pareciera inverosímil, que el odio, la envidia , la ambición y el Poder fueron el instrumento de la disolución de la Gran Colombia , contribuyendo a si a la muerte De Nuestro Libertador Simón Bolívar. Es importante destacar de que el hoy por hoy, siguen existiendo los mismo paradigma de aquella época y solo el buen OYENTE y el BUEN PENSANTE razonan, No le quito ninguno de los artificios que utilizo Nuestro Comandante en Jefe Hugo Rafael Chavez Fria Solo el Pueblo , Salva el Pueblo. el que quiere oír escuche como suena el Rio cuando en medio de una Tormenta sus aguas embridadas arrastran las Piedras y escombros de todo lo que encuentran en su CAMINO.

    ResponderEliminar
  2. Si vemos la Historia y comparamos con la actualidad decimos como la cancion la historia vuelve a repetirse. Hemos tenido al lado a un hermano sangano, vivian, envidioso y choro que se ha apropiado de nuestro patrimonio para sustentar la elite oligarquica de ese pais. Ha conspirado contra la Patria de Bolivar que le dio la independencia. Acoge en su seno a los apatridas y traidores, es aleado estrategico del imperialismo.Nos han hecho la guerra desde multiples factores.
    Tenemos que tener sumo cuidado con este nido de viboras

    ResponderEliminar

Publicar un comentario