Los límites de Venezuela (IV) | Vladimir Acosta
Este artículo fue tomado de la página web Últimas Noticias del 13Sep2022
por Vladimir Acosta
Como recordé antes, Trinidad y Guayana fueron territorios descuidados por los españoles a lo largo del siglo XVI. Trinidad estuvo casi abandonada. En Guayana el primer conquistador que exploró el Orinoco, sin consecuencias, fue Diego de Ordaz, ex compañero de Cortés, y eso en 1531. Los pocos intentos que siguieron fracasaron sobre todo por los ataques de los caribes. El cuadro cambia con la llegada del mito del Dorado en el último tercio del siglo XVI. Tras búsquedas infructuosas, ese fantástico Dorado terminó trasladándose de la selva amazónica a la Guayana venezolana, donde se convirtió en el mito de Manoa, la ciudad del oro, vecina de un lago dorado, y rodeada de altas montañas que relumbraban con el sol. La aparición en 1595 de Walter Raleigh cambia todo. Al frente de una pequeña flota bien armada, Raleigh llega con un fantasioso proyecto capitalista de colonizar Guayana para la reina Elizabeth de Inglaterra, expulsando a los españoles, aliándose con el mítico cacique dorado de Manoa y ganando para su reina el apoyo de los indígenas guayaneses, enemigos y adversarios de los voraces españoles.
El proyecto fracasa en lo inmediato, pero Raleigh deja un interesante libro, el Discovery, publicado en ese mismo año 1595, que cuenta en forma acomodaticia su hazaña guayanesa. El libro se leyó mucho en Inglaterra; y fue resucitado en el siglo XIX en el contexto del moderno proyecto colonizador e imperial británico que cobra forma pública desde 1841.Y hay que señalar que Schomburgk leyó a Raleigh e hizo además en 1848 una cuidadosa reedición del Discovery con introducción y notas explicativas suyas, y que el libro y los textos y mapas de Raleigh van a ser citados y utilizados por los ingleses que decidirán con sus pares estadounidenses en París en 1899 sobre el problema de límites entre Venezuela y Gran Bretaña, dueña de la Guayana inglesa.
En los años setenta y ochenta del siglo XIX, décadas del dominio de Guzmán Blanco sobre Venezuela, el problema de ésta con la Gran Bretaña se agrava. La actitud inglesa se hace cada vez más arrogante y agresiva, por lo que Venezuela abandona su actitud conciliadora y se decide a responder. Unas veces como presidente de su país y otras como enviado plenipotenciario, Guzmán, siempre sacando ventajas personales, tiene un papel importante en la defensa de los derechos venezolanos que se lleva entonces a cabo, lo mismo que lo tuvieron esos altos funcionarios venezolanos que fueron Rojas, Seijas, Calcaño, Camacho y Soteldo, unos como cancilleres o ministros plenipotenciarios y otros como embajadores en Gran Bretaña o Estados Unidos.
El resultado de este enorme esfuerzo es nulo porque todo intento de revisión de límites, de acuerdo y de tratado propuestos por Venezuela es rechazado por Inglaterra. Venezuela se decide entonces a exigir un arbitraje, lo que Inglaterra rechaza, y desde mediados de los setenta empieza a pedir el apoyo de Estados Unidos basado en la Doctrina Monroe. Pero esto no es fácil porque Estados Unidos responde que sólo aceptaría ser mediador en caso de que ambos gobiernos enfrentados así se lo pidieran y es claro que Inglaterra por principio no acepta el arbitraje. Y menos para que un país inferior como Venezuela intente colocarse a su altura. De manera que las cosas empeoran, mientras Venezuela se ve forzada a pasar casi dos décadas pidiendo ese apoyo a Estados Unidos. Y en diciembre de 1886, ante nuevas e inaceptables agresiones inglesas en la Guayana venezolana y las bocas del Orinoco, en las que circulan barcos de bandera inglesa y agentes ingleses reponen postes como marcas de propiedad británica, Venezuela rompe todo tipo de relaciones con la Gran Bretaña. Así se lo hace saber el presidente Guzmán Blanco al representante británico en Caracas, Saint John, en una tensa reunión entre ambos. La ruptura de relaciones se hace efectiva el 21 de febrero de 1887.
Las razones de la indecisión estadounidense son fáciles de descubrir. Estados Unidos tiene claro el serio peligro que para sus planes de dominio sobre el continente americano basados en la doctrina del Destino Manifiesto (y en la proclamada pero apagada Doctrina Monroe) constituye el proyecto colonialista británico. Porque ese proyecto pretende expandir las fronteras de su Guayana inglesa apoderándose no sólo del territorio esequibo reclamado justamente por Venezuela y de parte de la Guayana venezolana sino además de las bocas del Orinoco lo que, tomando en cuenta que Gran Bretaña es ya dueña colonial de la vecina Trinidad, le permitiría conformar una enorme colonia inglesa, esto es, europea, centrada en torno a la desembocadura de un río enorme y estratégico como es el Orinoco, que pertenece sin ninguna duda a Venezuela.
Para Estados Unidos, que no ha podido aplicar hasta entonces la doctrina de Monroe luego de su arrogante pero demasiado prematura proclamación en 1823, esa seria amenaza británica debe ser enfrentada, y pronto. Pero la explicación de sus vacilaciones es sencilla. Necesita tiempo para decidir al respecto porque aún no cree estar en condiciones de decidir como desea, pues no está preparado para una guerra con Inglaterra, que además ni siquiera sería en defensa de su propio territorio.
Para resolver el problema central de mantener la unión entre ambas partes de su país, Estados Unidos ha debido ir a la guerra civil, entre 1861 y 1865 para que el norte manufaturero someta al sur plantador y esclavista y emprender desde entonces un acelerado crecimiento industrial que solo estimará concluido en 1895. Aunque el proceso estaba ya avanzado para comienzos de los ochenta, cuando Venezuela pide apoyo, el país norteño sigue necesitando todavía más tiempo para convertirse en una potencia industrial capaz al fin de imponer su hegemonía sobre América Latina y poder enfrentar a Inglaterra y Alemania para expulsarlas de este continente.
Ese año resucita la muerta Doctrina Monroe. Richard Olney, secretario de estado del presidente Grover Cleveland, la proclama y se lo informa a la orgullosa Inglaterra. Sin apoyar directamente a Venezuela, tratando de parecer neutral, Cleveland exige a Inglaterra aceptar que su diferendo con Venezuela sea arbitrado. Como se niega. Cleveland la amenaza con la guerra y solo así cede, lo que contenta a la ingenua Venezuela. En Caracas se aplaude la Doctrina Monroe, el embajador estadounidense se convierte en personaje popular. Pero lo que, con su arrogancia y su racismo, Inglaterra no acepta, es discutir con Venezuela. Estados Unidos convoca una reunión representativa de ambos países en Washington en febrero de 1897 en la que Inglaterra acepta el arbitraje, pero a condición de que Venezuela, a la que desprecia, no tenga representantes en la reunión que debe decidir el diferendo. Estados unidos lo acepta; y presiona a Venezuela para que haga lo mismo. Esto, que Inglaterra impone, constituye una injustificable arbitrariedad colonialista suya, lo que podría estar prefigurando un fraude. Mas Venezuela debe aceptarla, por lo que se ve obligada a delegar su representación en Estados Unidos. Y eso conduce a que después de discutir y negociar, el jurado que debe decidir el arbitraje, quede formado por 2 abogados estadounidenses en representación de Venezuela y 2 abogados británicos en representación de Gran Bretaña, con exclusión de Venezuela, y que sean ellos cuatro los que escojan el árbitro o presidente del jurado. Y eligen a Frederick Fiódor Martens, reconocido político y diplomático ruso, autor de varios libros, aceptado por ambos países anglosajones, y que por cierto es profesor en universidades inglesas y amigo de la reina Victoria. Poca duda cabe de que el olor a fraude va haciendo ya pesado el ambiente. Pero Venezuela, si sospecha algo, nada puede hacer.
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Vladimir Acosta filósofo, historiador y escritor venezolano.
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