Los límites de Venezuela (VI) | Vladimir Acosta
Este artículo fue tomado de la página web Últimas Noticias del 04Oct2022
por Vladimir Acosta
Y por si quedaba alguna duda, Martens dejó pronto todo en claro. Se reunió con los 2 jurados norteamericanos y les dijo que él apoyaba plenamente la posición británica de que Inglaterra se quedara con todo: territorio esequibo, pedazo de Guayana venezolana y bocas del Orinoco. Con esos 3 votos, los de los 2 británicos y el suyo, Inglaterra ganaba el juicio. De modo que dio a escoger a los jurados estadounidenses entre 2 posibilidades: mantener su defensa de Venezuela y perderlo todo 3 a 2 debiendo salvar sus votos sin la menor consecuencia, o aceptar la generosa propuesta que quería hacerles para que la decisión del juicio fuera unánime: que se conformaran con que Venezuela conservase las bocas del Orinoco y el trozo amenazado de Guayana venezolana mientras Gran Bretaña se quedaba con todo el territorio esequibo, algo que, les repitió, él estaba dispuesto a aceptar en busca de la unanimidad del Laudo.
Los 2 jurados estadounidenses le contaron esto a Mallet-Prevost y luego fueron los 3 juntos a hablar con el expresidente Harrison, también defensor de Venezuela. Indignados de verse sometidos a semejante trato por los británicos aliados con Martens, pensaron mantener sus posiciones y salvar sus votos. Pero los estadounidenses odian perder; y al final prefirieron aceptar la impositiva proposición de Martens. Votaron a favor de ésta; y así se logró que la decisión fuera unánime y que Venezuela no lo perdiera todo.
No obstante, esto era algo escandaloso, pues no se trataba sólo de una decisión sesgada sino de un auténtico fraude, de una operación chantajista que quitaba todo valor al Laudo. Claro que en 1949 era ya tarde, pues habían pasado 5 décadas y a esas alturas, en términos efectivos, conocer eso nada cambiaba, aunque sí le permitía a Venezuela denunciar con más poderosos e incuestionables argumentos el infame Laudo, reanudando así la lucha prácticamente abandonada por recobrar el territorio esequibo. Y eso se había estado haciendo desde 1951.
Sin embargo, lo más grave era lo que estaba pasando y lo que estaba por pasar en esa década de los 60. Porque ya era -o iba siendo- demasiado tarde para intentar recuperar el territorio esequibo por otra razón de mucho mayor peso. Porque después de acabada la Segunda Guerra mundial, las colonias de los debilitados imperios coloniales europeos habían empezado -o reforzado- sus luchas por lograr la independencia. Y esas luchas de liberación habían alcanzado su plenitud desde fines de los años 50, llevando a potencias coloniales como Francia, Holanda e Inglaterra, las mismas que en el siglo XVII le robaban tierra a España en sus colonias, a tener que elegir también entre la represión brutal y armada de los pueblos de sus colonias en lucha, y la necesidad forzosa de entrar en negociaciones con ellos para acordarles la independencia.
De esta manera, después de una sangrienta guerra de liberación, Indonesia había logrado su independencia de Holanda en 1949; Argelia se enfrentaba ese año de 1962 a la brutal guerra de la colonialista Francia para impedirle independizarse; Inglaterra había decidido abandonar la India, su gran colonia, la Joya de la Corona, en 1947 y luchaba ferozmente desde los años 50 por conservar a Kenia. Pero vistos los costos de esas guerras y que su forzoso destino era perderlas, la misma Inglaterra que se negaba a conceder la independencia a Kenia en África y masacraba y calumniaba a los independentistas kenianos, había concedido la libertad a Ghana en 1959 y estaba reflexionando sobre el destino de sus colonias americanas. En este último caso trataba de evitar la guerra porque América Latina estaba ya dominada por Estados Unidos y porque entre sus 2 grandes colonias del norte de Sudamérica, esto es, entre Trinidad y la Guayana inglesa, se hallaba Venezuela, dispuesta ahora a reclamar su territorio robado. De modo que, por esa y otras razones, Inglaterra, en ese mismo año de 1962, le concede sin lucha su independencia a Trinidad y se compromete públicamente a concedérsela en 1966 a la Guayana inglesa.
Y esto amenazaba con complicarle todo a Venezuela, porque para ella no iba a ser lo mismo reclamarle el territorio esequibo a Inglaterra, poderosa potencia colonial que se lo había robado en 1899 gracias al tramposo Laudo de París, que reclamárselo a una futura Guayana que para ese cercano 1966 habría dejado de ser inglesa; que no era la que le había robado ese territorio esequibo a Venezuela; que seguramente lo necesitaba porque constituía casi tres cuartas partes de su territorio; y que, a diferencia de Inglaterra, era un país pobre y débil comparado con la relativamente rica Venezuela.
En su carácter de país anticolonialista, a Venezuela no le queda otra cosa que apoyar la inminente independencia de la Guayana inglesa, ratificando en cada ocasión su derecho a recuperar en forma pacífica el territorio esequibo del que había sido despojada por Gran Bretaña. Y en eso, en emisión de declaraciones amistosas con ésta y con la próxima república de Guayana y en conversaciones con los dirigentes guayaneses, se pasan los 4 años y se llega al 26 de mayo de 1966, fecha en que Inglaterra reconoce la independencia del nuevo país, que asume desde entonces el nombre de Guyana.
Lo que sigue es el Acuerdo de Ginebra. Inglaterra y Venezuela, con presencia de Guyana y en el marco de las Naciones Unidas, se reúnen en esta ciudad suiza el 16 y 17 de febrero de 1966 para definir las futuras relaciones entre Venezuela y la Guyana que está a punto de independizarse, es decir, que será pronto soberana y formalmente libre de la tutela británica. El amistoso lenguaje entre los 3 países es del más alto nivel diplomático. Pero la realidad es que Inglaterra, que patrocina el acuerdo, se libera hábilmente del incómodo tema de Guayana, lavándose las manos de todas sus responsabilidades y atropellos y trasladándole a Venezuela la difícil tarea de lograr un acuerdo limítrofe con su excolonia.
Las 2 saben que será harto difícil llegar a ese acuerdo; y que Venezuela, ante la comprensible actitud de espera de Guyana, que conserva y necesita el territorio en disputa, deberá encontrar un casi imposible equilibrio entre su firme posición anticolonialista y su igualmente firme decisión de recobrar el territorio del que fue despojada. Y, no por Guyana sino por Inglaterra que, como si no hubiese roto un plato, se despide felizmente del enrevesado problema que creó con su piratería colonialista y su ambición territorial atropelladora de países débiles.
Y es que –como ya dije–, con ese acuerdo en gran medida prematuro, Venezuela se dejó imponer de nuevo la tramposa voluntad británica y quedó envuelta en una espesa maraña, típica obra de la “pérfida Albión”, porque Inglaterra quería deshacerse lo más pronto posible de Guyana, y el anticolonialismo, en este caso ingenuo, de Venezuela, le impidió al menos tratar de oponerse a que Inglaterra concediera la independencia a Guyana antes de resolver en algún grado el problema limítrofe que tenía con ella.
Seguimos en próximo artículo.
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