El ridículo e inevitable fin de los imperios (II) | Vladimir Acosta


The Course of Empire-Destruction. Thomas Cole (1836)


Este artículo fue tomado de la página web Últimas Noticias del 05Mar2024


por Vladimir Acosta

filósofo, historiador y escritor venezolano.

A diferencia de su fin, similar, siempre desastroso y ridículo, el origen o comienzo de los imperios suele en cambio ser variable; es decir, que esos comienzos pueden derivar y en general derivan de contextos políticos propios, o de situaciones diferentes. Pero la verdad es que tampoco estos últimos casos suelen ser muchos o muy distintos. Justamente por ello son fáciles de recordar o imaginar.

Debería ser, por ejemplo, un país ambicioso de mediano tamaño, casi siempre europeo o asiático, medieval o moderno, (porque si se tratase de un país antiguo de tales rasgos y condiciones, ya no existiría como tal en la Edad media o en el siglo XVI). Ese ambicioso país podría entrar en guerra con un país vecino, y tras vencerlo, apoderarse de él, y así su nuevo poder político y militar y su engrandecido territorio lo estimularían a seguir creciendo, y pronto a autocalificarse o a ser calificado de Imperio.

Otro caso usual sería el de un país similar cuya casa real gobernante es parienta de la de un país vecino, que, destrozada por un pueblo enemigo, se queda sin heredero. Así, sin necesidad de guerra, el país “amigo” podría apoderarse del país vencido y con ese nuevo territorio declararse Imperio. Un caso real parecido es el de la España ya imperial de la segunda mitad del siglo XVI, cuyo rey, Felipe II, Emparentado con la familia real portuguesa recién vencida y casi exterminada por los musulmanes en 1578 en la batalla de Alcazarquivir, en la que muere y desaparece el joven rey portugués Sebastián, se aprovecha de esa situación para anexar Portugal a España incorporándolo de una vez a su Imperio, que así aumenta su poder y su tamaño.

Pero el caso de Estados Unidos es distinto. Su origen son 13 colonias inglesas que se instalan en una franja de costa oriental del norte americano. Pronto esas colonias, blancas, racistas, calvinistas, ansiosas de espacio y de poder, empiezan a satisfacer su ambición territorial y a expresar su enorme ambición de dominio. Creen que su blancura los hace superiores y que su calvinismo los convierte en nuevo pueblo elegido, mientras los indios, viejos habitantes del territorio, son seres inferiores a los que hay despojar de sus tierras o exterminarlos si se resisten, y los negros son solo carne esclava que se importa de África. Con apoyo político y militar de Europa, logran su independencia de Inglaterra y de una vez se declaran Estados Unidos de América. Son un estado racista, expansivo, supremacista blanco, y esclavista, que vive de la esclavitud negra, pero Europa los declara nuevo país, y los califica de libre y democrático.

La expansión territorial es indispensable para ese joven Estados Unidos, esclavista y masacrador de indígenas. Sus primeras víctimas son sus países vecinos. Al principal, México, lo despoja de la mitad de su territorio. Y este es solo el comienzo. En las décadas y siglos siguientes anexa muchos enormes territorios, pero su resultado en poder militar, su dominio absoluto de los medios escritos y audiovisuales y los temores y complicidades de la mayor parte del mundo dejan impunes esos crímenes, porque Estados Unidos (EU), en el siglo XX, está entonces en su apogeo imperial, que por cierto ya empezaba a parecer eterno.

Imposible olvidar sus crímenes monstruosos cuando, luego de la Primera guerra mundial, y sobre todo después de la segunda, alcanza la plenitud de su poder imperial. Solo los menciono: Hiroshima y Nagasaki, Corea, y sobre todo Vietnam, la guerra de las masacres masivas de población civil, del agente naranja y el napalm, guerra que al cabo esta vez perdió EU, porque su decadencia, aunque todavía solapada, estaba ya empezando.

Y justamente en lo que quiero detenerme ahora es en los crímenes de la actual decadencia de ese ya resquebrajado Imperio yankee y del inevitable ridículo que los acompaña. Son muchos, todos grotescos y ridículos, y la lista crece a diario.

Cabría empezar con lo que EU declaró al triunfar los neocons republicanos en 2000: que era el único gran imperio del mundo y que como tal podía enfrentar a un tiempo tres guerras diferentes y ganarlas. Pero de las que hizo desde entonces no ganó ninguna.

Habría que incluir por supuesto el ataque aéreo y derrumbe de las torres del World Trade Center en 2001, acto que Bush, entonces presidente de EU, denunció como monstruoso acto terrorista islámico, pero que hoy sabemos fue obra secreta de los propios EU, necesitados de una tragedia similar para poder atacar desde entonces a quien quisiera, bastando con declararlo antes terrorista y enemigo.

Sigue en 2003 la criminal guerra contra Irak, al que acusa de tener armas de destrucción masiva para usarlas en contra suya y de Europa. No se ha olvidado todavía la ridícula imagen del hipócrita Colin Powell, secretario de Estado, sacudiendo en público el tubito que según él contenía una supuesta muestra de esas armas letales que justificaban esa invasión. Hubo ya en esa temprana fecha protestas masivas de muchos miles de personas contra ella (aunque se ignoraba que lo de las armas era una farsa). Pero el poder político, militar y mediático de EU era todavía suficientemente grande como para despreciar con éxito esas protestas y empezar el cobarde ataque que le permitió ocupar el país, saquearlo, casi destruirlo, y causar cientos de miles de muertos irakíes.

Siguió el turno de Afganistán, país pobre y rural al que acusó de ser refugio de ben Laden y otros temibles terroristas. En esa guerra, larga y desigual, EU apresó, enjauló y asesinó a miles de afganos. Pero al cabo perdió también la guerra, debiendo huir a toda prisa, derrotado por los valientes campesinos afganos, pero, como siempre, robándose antes las reservas monetarias del país.

Desde entonces, EU descarta encabezar guerras y prefiere buscar países serviles que asuman su protagonismo militar mientras prefiere perfeccionar sus trampas y especulaciones financieras y dedicarse al robo descarado de gas y de petróleo en Venezuela y en el Cercano y Mediano oriente. Así, tiene años robando gas y petróleo a Siria, Irak e Irán. Y robando también petróleo a Venezuela, a la que ha sometido a bloqueo y a intentos de invasión y golpes de estado que gobierno y pueblo venezolanos han derrotado varias veces.  Pero EU no para de atacar y robar la carga de esos barcos y, luego de descargarlos, venderlos como suyos. Ha agredido a Irán, robándole sus barcos petroleros y vendiendo también los barcos robados. Por cierto, Irán le ha respondido robándole al ladrón en su ruta marítima sus propios barcos petroleros, o sus equivalentes, única forma de recuperarlos.

Así, en su desvergonzada decadencia, mientras se sigue proclamando amo del mundo, EU ha pasado de país ladrón a país ratero. Pero, eso sí, no deja por ello de planear atracos grandes como hacen todos los hampones. Está tratando de robarle a Venezuela la empresa petrolera venezolana Citgo, obra solidaria del presidente Chávez, cuya sede y principales estaciones de servicio se hallan en EU, y de cuyos recursos el ratero imperial se apodera a diario.

Pero la respuesta masiva de los países agredidos, despreciados y humillados ha empezado ya. Las bases militares del Imperio en Siria e Irak han sido atacadas por grupos armados de patriotas árabes que intentan expulsar a EU de sus países y de todo el Cercano y Mediano oriente. Y entre los disparates del deficiente Biden, destaca el ridículo escándalo que un país como EU, cuyo prontuario es de varios millones de víctimas, ha formado porque en el ataque contra una de esas bases, 3 yankees invasores resultaron muertos.

Ridículo, sin duda. Pero lo más ridículo de todo es lo del operativo militar al que EU llamó Guardián de la Prosperidad, ordenando a varios países europeos ricos unírsele para impedir entre todos que los Hutíes yemenitas hundieran los barcos que traficaban con el genocida Israel cruzando las aguas del Mar Rojo. Resultado: los países llamados no se le unieron, los Hutíes siguieron atacando y hundiendo barcos ingleses y yankees, EU renunció a su fracasada su idea, y terminó reconociendo que nada había que hacer y que el Mar Rojo era de los Hutíes.

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Vladimir Acosta  
    filósofo, historiador y escritor venezolano.


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